Salí más tarde del trabajo. Las guaguas estaban infernales y la salvadora ruta 8 no tenía muchas ganas de aparecer. Extenuada por el peso de unos tacones desacostumbrados para mí, decidí romper la etiqueta y sentarme en un quicio.
Al rato, sentí un dedo pequeño en mi hombre. «Señora», me decía casi en susurro. Enseguida atendí el llamado de ese alguien que osaba llamarme señora, todo un insulto para la vanidad femenina de una veinteañera.
Su cara atajó mi mal humor y hasta me provocó una sonrisa de compasión. Allí estaba él, con el uniforme desecho, a las 6 de la tarde y sin la menor idea de cómo llegar a la casa.
«Oiga, señora, ¿las motonetas también le cobran a los niños?», me preguntó con seriedad. Parecía un hombrecito en miniatura y asumía con madurez el encargo de cuidar de su hermano de 6 años.
No le gustó mucho la respuesta. Lo invité a esperar a la guagua, porque tampoco podía darme el lujo de tomar en una motoneta y mucho menos asumir el pasaje de tres.
Sus zapatos estaban rasgados. La mochila algo sucia y la jaba de la merienda mostraba un panorama desolador. El hermano disfrutaba la espera a ritmo de reguetón. Se abrió la camisa, bailaba sin música y hasta se metía con las muchachas que pasaban por la calle: «oye mamita estás lindísima», decía con picardía.
A mi lado, estaba el otro niño. Tenía unos 10 años y me miraba con pena. Regañaba a su hermano, le componía la ropa en su cuerpo y hasta lo disculpaba con los demás.
«Él es medio majadero, pero yo lo quiero mucho», me confesó mientras indagaba otra forma de llegar al Hospital Materno. La impaciencia crecía en la cola cuando paró la ruta 1, desviada por esos días a causa de la Feria del Libro.
Lo monté en la guagua. Desde la ventanilla me dijo adiós agradecido. Esa noche pensé mucho en él. Había conocido a un Chala de carne y hueso. Estaba triste, porque la historia del filme Conducta se repite con demasiada frecuencia en esos niños que ven aplastada su felicidad, por el inexorable peso de una vida, casi siempre injusta.
Reblogueó esto en .
Preciada VerbiClara:
La verdad que el relato es muy simpático. Encuentro gracioso que un pequeño de seis años baile el requetón, ritmo bonito, dificil para niños. Pero, bueno en Cuba la música y el baile (de los que gusto bastanate) son extraordinarios. La periodista afectuosa y solidaria con los niños.
No se que significado tiene «guagua» (¿es un medio de transporte?).
Creo que en todo latinoamérica las damas jóvenes (si son solteras) les disgusta ser llamadas Señoras, sin embargo amigos que han viajado a Europa, dicen que a las alemanas no les gusta que les digan señorita «Fraulein» (se escribe con diérisis en la a), si no señora (Frau) y como la terminación lein es diminutivo, ellas dicen «¿porqué vamos a ser menos que las casadas o las mayores?
Saludos
Hugo Hans
Querido Hugo, muchas gracias por su comentario. Le explico que guagua es la palabra que se utiliza en Cuba para referirse a los ómnibus, pero en otros lugares de Latinoamérica tiene otros significados bien diferentes… en cuanto a lo de señora, las cubanas somos muy vanidosas y no nos gusta vernos, ni sentirnos viejas, por eso incomoda lo de señora, aunque en la mayoría de las ocasiones ni se utiliza…. Para mi es un placer que haya visitado mi blog y espero tener más comentarios suyos…
Un saludo cubano
Lesly