En estos días provoqué una catástrofe en materia colística. Algo así como una tercera guerra mundial. Desde entoces evito pasar por esa tienda. Supongo que hayan colocado un cartel de SE BUSCA en uno de sus cristales. Imagino mi foto de pefil, con la cabellera rubia y el gran cartel en rojo: PROHIBIDA SU ENTRADA.
Como de costumbre salí del trabajo directo para la cola. Iba a comprar un picadillo de pavo, pues mi mamá me notificó que la casa estaba en opción cero. Justo cuando llegué sacaron detergente Paloma. La vida me sonreía. Ahora sí iba a matar dos pájaros de un tiro.
Inicié mis cuentas matemáticas. Resté, dividí y multiliqué por 24. Todo iba de maravillas. Estaba tan emocionada que di la cola doble. La hilera creció. De respente se acumularon como doce personas en el mostrador.
Con la educación que me caracteriza (modestia aparte) pedí mis compras. Tomé el comprobante y cuando me disponía a salir explotó la bomba. Habían dos colas paralelas. Dos últimos y doce mujeres apuradas.
Enseguida comenzaron a desenrrollar el asunto y adivinen ¿qué?. Yo era la responsable. Casi me queman viva como a Juana de Arco. Por suerte había un joven con un doctorado en colas. Enseguida formó a todo el personal e intercambió (tique de por medio) a los miembro de las hileras.
Me fui con la cola entre las piernas. Ese día me salvé en tablitas. Casi pierdo mi vida en una cola.