A mi hijo lo imagino regordete, con una sonrisa que enamora y ciertos crespos que le caen en el rostro. La primera vez que lo tenga en mis manos, lo abrazaré por varios minutos, como quien quiere atrapar el aire, para saber que al menos, por ese momento es mío.
Seguro que lo observaré mientras duerma, examinaré su rostro y buscaré en sus cejas, rastros de la curvatura de las mías. Las piernas seguro que las habrá sacado de su padre y los ojos verdes le vendrán del abuelo, porque dicen que mientras más lejos más cerca si de genética se trata.
Para el/ ella, quisiera las mejores cosas, solo las lágrimas necesarias y un corazón de oro. Le enseñaría sobre la modestia, a levantarse cada vez que caiga y a ser fuerte ante la vida. Sigue leyendo