El patólogo Thomas Stoltz Harvey no pudo resistir la tentación y cuando tuvo el cadáver de Albert Einstein en su sala de autopsias del Hospital de Princeton robó el cerebro de uno de los genios más grandes de la historia universal y los puso en un en un frasco con formaldehído.

Heidi Hankins tiene solo 4 años y ya es parte de Mensa, la asociación
internacional de superdotados más reconocida a nivel mundial.
Esta pequeña, que ni siquiera ha comenzado su enseñanza
básica, tiene un impresionante coeficiente intelectual de 159, casi
tan alto como Stephen Hawking (160) y Albert Einstein (160).
Desde entonces mucho se ha hablado del tema. Para algunos, esta es una historia urbana descabellada, pero el cibermundo está plagado de noticias sobre el peso, la talla y las más insólitas particularidades del mencionado órgano.
Los científicos han intentado encontrar en él las claves de la inteligencia de un hombre que descubrió, entre otras cosas, la teoría de la relatividad y revolucionó el campo de la física.
Pese a toda su genialidad, Einstein tenía un carácter rebelde, algo excéntrico y no fue el alumno más exitoso en la escuela. Tuvo unas cuantas mujeres en su vida amorosa, incluyendo a su prima Elsa Einstein Lowenthal.
Por mucho tiempo, los estudios de la inteligencia humana se centraron en el coeficiente intelectual de los sujetos como un marcador de éxito personal, capaz de augurar un buen futuro.
Sin embargo, con el tiempo descubrieron que las personas en extremo inteligentes presentaban problemas para manejar su vida social y otras, con una capacidad más moderada, lograban un éxito incalculable.
Todos conocemos del esteriotipo del científico loco, enfrascado en su laboratorio y plagado de mañas y soledades. Aunque la realidad es más rica y variada, no deja de ser cierto que la capacidad de autogobernar la vida y tomar decisiones correctas puede catapultar a una persona o enterrarla en el fracaso total, amén de las notas alcanzadas en la universidad. Sigue leyendo →